sábado, 5 de noviembre de 2011

Tenías toda la razón del mundo.

Cuando lloraba a pleno pulmón y tú entrabas sin hacer mucho ruido a mi habitación, con una taza entre tus manos de leche caliente y soplabas, para que no me quemara. Te sentabas en el filo de la cama y me acariciabas mi pelo corto mientras sonreías con tristeza. Te partía el alma verme así, aunque intentaras evitar que yo lo notase. Pero ¿sabes? eso era lo que me hacía sentir mejor, ver que te preocupabas por mí y que lo seguirías haciendo aún cuando no estés aquí. Decías que la leche caliente quitaba las penas, tenías toda la razón del mundo. Ya soy un hombre de cincuenta años, con problemas que vienen, se van y otros que se quedan. A ratos no sé que hacer con mi vida, pienso en ti, y lloro. Porque no he llegado a ser el hombre que tú querías. Y te fuiste con la promesa que te hice, la cual jamás cumplí. Son en esos momentos, en estos momentos, cuando más necesito de ti y de tus tazas de leche caliente, mamá.

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