Me acerco con cuidado y te toco el pelo. Tan suave como siempre. La pequeña de la casa, la niña de los ojos de toda persona. Sonrío y recuerdo cuando años atrás también me encerraba en el mismo cuarto y me sentaba en aquél hueco con intención de que mis tristezas se fuesen. Aunque nunca ocurría.
Me abrazas sin decir nada. Te aparto las lágrimas y me preguntas por qué las personas grandes como yo nunca lloramos. Siento un vacío aquí dentro, pero respondo. Te digo mirando a los ojos que lloro todos los días de mi vida, aunque no haya lágrimas en mis ojos. Y te abrazo, prometiéndote a la vez que jamás estarás sola. Y que ese hueco de la habitación dejará de ser de uno, para ser de dos.
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