lunes, 16 de julio de 2012

Verano, Verney.


La estación V la llamaban, todo vino por una historia de hace años, de un viejo francés que tocaba el violín en la estación cada verano, se llamaba Verney. Era un hombre agradable, se dedicaba a tocar el violín desde que tenía ocho años. Aquello venía de herencia. Él, a pesar de su corta edad no se negó, veía aquel instrumento como algo curioso, algo por examinar. "La familia de los músicos" así se los conocía, por lo que verse él mismo tocar un instrumento le parecía algo espléndido. Empezó por tocar por las plazas de su pueblo, todo transeúnte se le quedaba mirando, no se veía todos los días un chico tan pequeño y con tanto empeño en la música. Pero de inmediato, algún vecino se le acercaba y le explicaba que aquel pequeño era uno de "La familia de los músicos".
Cuando cumplió la mayoría de edad decidió probar por la ciudad, adentrarse a aquello que siempre veía lejano, y que incluso temía.
<< Para seguir cumpliendo un sueño, antes hay que derribar los miedos. >>  Se decía, y así fue hasta el día de hoy. Todos lo vieron crecer, había muchísima gente -la mayoría- que lo conocía desde que llegó, otros tan solo desde hace cinco o seis años. Él, que representaba el verano con sus melodías, hizo que ya no llamasen la mayoría a la estación con todas sus letras, sino que se abreviara en V, porque según ellos, Verney era el protagonista. 
Los veranos fueron distintos desde que él decidió aparecer por allí. Llegaba muchos turistas porque habían escuchado hablar de él, y querían verlo con sus propios ojos.
Su última nota sonó a los noveinta y tres años. Un hombre lleno de arrugas y con un corazón grande, siempre dispuesto a dedicar canciones, a acariciar a los pequeños que como él, admiraban el violín y cómo éste lo tocaba. Eran una familia. 
Durante todos los años que él tocó el violín en aquella estación el mar frío chocaba con las rocas, la gente -con la piel tostada a causa del sol- paseaba y tomaba refrescos fríos. Hombres por las calles haciendo pompas de jabón y niños detrás de ellas para hacerlas explotar. Ancianos de las manos, y un gran olor a helado de chocolate y horchata.
Olía a descanso, a frescor, y a satisfacción. Satisfacción por haber tenido a un hombre anciano, pero con un corazón joven. Satisfacción de haber disfrutado hasta el final de un verano, con V de Verney.

1 comentario:

  1. Esta forma de relatar me recordó mucho a las novelistas norteamericanas. Me he leído ya este verano un par de novelas por el estilo. Con esto te quiero decir que lo has relatado genial, como si ya fueras profesional.
    Me gusta leerte así de largo Cristina.
    Muy bonito, de verdad.

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